Ella le había dicho en broma que rompiera la barrera del sonido, sin esperar que realmente lo hiciera. Había pasado menos de una hora y de alguna manera había llegado no solo a París, sino también al chateau.
Sus ojos vagaban sin rumbo cuando lo vio, todo vestido de negro como un ángel de la muerte caminando hacia ella. Era como un milagro y ella no esperó a que llegara, sus pies no podían quedarse quietos como su corazón latiendo increíblemente rápido y corrió hacia él y se lanzó sobre él.
—Cariño —gritó en el momento en que la atrapó—. Cariño, ¿cómo estás aquí?
Ella rodeó su cuello con los brazos y frotó su rostro contra su mandíbula.
—Voy a tomar crédito por haberlo traído —una voz llegó desde detrás de ellos.
Caishen se volteó y Alix reconoció la voz con el rostro familiar.
—Aang —dijo su nombre con familiaridad—. Te había olvidado, quién necesita un avión cuando te tenemos a ti.