Afortunadamente, sus defensas habían mejorado lo suficiente como para evitar lesiones graves, pero los impactos fueron suficientes para desenfocar su visión por unos segundos, causándole casi perder el equilibrio y tropezar varias veces.
A pesar del constante tropiezo y el sombrío estado en que se encontraba, continuó, impulsado por la urgencia.
Mantuvo su enfoque en su entorno y su espalda, pero por más que buscara, no había nada, nada que lo siguiera. Y eso lo estaba llevando al borde de la locura.
Otro crujido de hojas y el chirriante crujido de los árboles llenaron el aire cuando una ráfaga de viento lo sobrepasó.
El estómago de Gorrión se revolvió y los pelos de la nuca se le erizaron.
—¡Mierda! —gruñó entre dientes, luego saltó hacia adelante, esforzándose por ir más rápido.
—Sólo un poco más —se instó a sí mismo.
Sus piernas ardían, pero no se detuvo, sabiendo que se acercaba a los vastos campos de arroz por delante.