—Capitán, ¡tenemos huevos aquí! —llamó uno de sus hombres, agachado y mirando entre la hierba. La hierba no tan alta ocultaba la vista, lo que hizo que Buitre se acercara. A medida que se aproximó, el hombre apartó cuidadosamente la hierba, revelando un grupo de cinco a siete huevos grandes.
Los huevos tenían un distintivo tono azulado y eran solo ligeramente más pequeños que los huevos de avestruz. Buitre no necesitó pensar dos veces para darse cuenta de que estos eran los huevos de los patos mutados que acababan de encontrar.
—¿No es esto cerca de donde atrapé a los dos patos mutados? —murmuró Buitre, escaneando el área. El hombre que lo había llamado asintió en confirmación.