Por fin, llegaron a su destino. A solo unos metros del borde del bosque, las cañas de arroz se mantenían intactas, balanceándose suavemente con la brisa como si nadie hubiese pasado por ahí.
No había señales de una lucha, no había huellas ni disturbios—nada que sugiriera que alguien se aventuró por este camino.
El aire estaba impregnado de una quietud espesa, una calma inquietante que se sentía casi antinatural. Por un breve e inquietante momento, era como si el mundo mismo se hubiera detenido, conteniendo su aliento en anticipación.
—Cuando Kisha, Duke y Buitre posaron la vista en el objeto en el suelo —un suspiro colectivo de alivio escapó de sus labios—. Era como si el peso de una roca que presionaba sobre sus corazones se hubiera levantado de repente, y la tensión sofocante que los había mantenido cautivos se disipara —al menos, por un fugaz momento.