—Oh, dioses... —Arta juntó sus manos, casi como si estuviera en adoración, y respiró hondo—. ¡Luces tan hermosa!
—Uhh... gracias, pero...
—¡Aah... es una obra maestra!
—Creo que ahora podré morir en paz, dejando semejante legado...
—¡D-no exageres! —siseé apurada a Arta y su equipo, sintiéndome avergonzada por cómo se deshacían en elogios después de que me puse el atuendo del banquete y la corona por primera vez.
Ellos alzaron las cejas, se miraron unos a otros y rieron. Arta tomó cautelosamente mi hombro, más por no dañar el atuendo, creía yo, y me hizo girar hacia el espejo de cuerpo entero que había a un lado.
Miré el reflejo, no a cómo lucía, sino a la corona. Era delgada y delicada, tan ligera que apenas podía sentir el peso en mi cabeza. La corona rodeaba la parte trasera de mi cabeza y los dos extremos de la rama terminaban en una hoja apuntando hacia arriba, descansando en mi frente.