—Está bien, cariño —Natha me acarició la espalda mientras continuaba sollozando en su hombro—. No seas tan dura contigo misma.
—¡Pero es ridículo! —lloré y golpeé su brazo superior con frustración—. ...lo siento.
Haa... también era ridículo lo dura que me había vuelto. Lanzando miradas, estallando, golpeando... hacía esas cosas fácilmente estos días, y no me gustaba mucho. Especialmente porque, la mayoría de las veces, lo hacía sin darme cuenta, lo cual era peor porque no podía detenerlo hasta que ya era demasiado tarde.
—Está bien —Natha continuó acariciando mi espalda y mi cabello con suavidad, como si estuviera tranquilizando a un niño—. Prefiero que lo descargues conmigo en lugar de contigo misma.
—Preferiría no tener que descargarme de ninguna manera —murmuré contra su hombro.
—Bueno, claro —rió relajadamente. El tono ligero de su voz gradualmente alivió mi corazón y mente—. Pero no podemos elegir exactamente, ¿verdad?
—Ugh...