—Hermana, ¿estás segura de que no quieres
You Yizhen se detuvo a mitad de su oración mientras asimilaba la vista frente a él. You Ruojin estaba sentada en la cama, de espaldas a él y en su espalda todo tipo de cicatrices, antiguas y nuevas—azules y negras—estaban esparcidas por toda su piel pálida, que lucía tan horrorosa que asustó a You Yizhen.
Sus ojos se abrieron de par en par y la mano que sujetaba la perilla de la puerta cayó inerte a su lado.
—¿Qué—? —elevó la voz, queriendo preguntarle a su hermana sobre las cicatrices que estaba grabadas en su espalda pero antes de que pudiera decir algo, con su mano sobre su boca, You Ruojin atrajo a su hermano hacia el interior de la habitación y cerró la puerta.
—No hagas ruido, ¿vale? —le rogó You Yizhen, ya que You Ruojin estaba preocupada de que él empezara a gritar en cuanto lo soltara.
—Te contaré todo, entonces no digas nada —eso fue lo único que pudo decirle a You Yizhen cuando vio que él todavía estaba luchando.