—Diez minutos antes de que llegara el chofer, la vieja señora la sentó y le dio una larga charla sobre el protocolo esperado al encontrarse con un emperador. No debía mirarlo sino inclinar su cabeza inmediatamente, asegurándose de que sus ojos toparan con el suelo. No debería sentirse tentada ni por un segundo de levantar la vista antes de que el emperador dijera que podía hacerlo. Si se le pedía que se arrodillara, debía ponerse de rodillas sin vacilación, no importaba cuánto su corazón se resistiera. Aunque hubiera cometido una acción meritoria no podía parecer arrogante, actuar engreída o alardear de su hazaña, tenía que ser extremadamente humilde.
—Cualquier cosa que el emperador preguntara debía ser directa y precisa, sin intentos de ser graciosa de ninguna manera. Si el emperador bromeaba, ella debería reírse moderadamente. Ni mucho ni poco, fuera gracioso o no.