Su Jiyai le dio a Mei una mirada seca.
—Sigue soñando.
Mei bufó, pero esta vez no discutió. Probablemente sabía que no iba a ganar.
El pequeño cachorro de lobo tiró de la capa de Su Jiyai otra vez, luciendo ansioso.
—¡Rápido, rápido! —gimió.
Su Jiyai suspiró.
—Sí, sí, ya voy.
Siguió al cachorro más adentro de la cueva. Cuanto más avanzaban, más frío se volvía. Los cristales incrustados en las paredes eran más prominentes y más grandes.
Aun sin tocarlos, Su Jiyai podía sentir la fuerte energía contenida dentro de ellos.
Después de caminar un poco, Su Jiyai notó un olor extraño, algo así como sangre vieja mezclada con algo podrido. El pequeño cachorro gimoteó.
Dieron vuelta en una esquina, y allí
Su Jiyai se detuvo.
Un lobo gigante yacía en el suelo, su pelaje negro todo enmarañado y opaco. Era más grande que los demás, mucho más grande.
Probablemente el líder de la manada. Pero su respiración era lenta, y sus flancos apenas se movían.