Islinda se sentía como una impostora.
Puede que se hubiera vestido con la seda más fina y estuviera toda arreglada, pero sus orejas redondeadas siempre la diferenciarían, junto con su rasgo humanista. No tenía las facciones agraciadas y las formas esbeltas que los hacían perfectos de forma inhumana. No importaba cuánto intentara integrarse, no pertenecía a este mundo.
Ahora mismo, estaba en un salón lleno de Fae que flotaban en la pista de baile y adornados con sedas, satenes y terciopelos. Había tantos Fae, un océano de colores y variedades. Había Fae con menos características humanas y más cercanas a su forma primal, ya que algunos poseían cuernos, colas o las ninfas del bosque cuyas pieles eran básicamente corteza.