Islinda no tenía miedo a la oscuridad, pero había algo perturbador en esta oscuridad en particular. Parecía deslizarse y susurrar sobre su piel, provocando que se le erizara la piel de la espalda. Fue en ese momento cuando Islinda se dio cuenta de que Eli no había robado mágicamente la luz del enorme salón; este era el trabajo de las sombras de Aldric.
Islinda sintió su corazón saltar a la garganta. No había comprendido cuán poderoso era Aldric hasta ahora. El salón era enorme, y para que él ocultara la luz natural en cuestión de segundos requería una gran habilidad. Y sus sombras, moviéndose como seres vivos, tenían el potencial de dañar a cualquiera bajo su mando.
Con una sola palabra, Aldric podría acabar con todos en el salón si quisiera. Sus sombras tenían ese poder. Un escalofrío recorrió a Islinda cuando finalmente comprendió por qué todos querían matarlo. Este nivel de poder en manos de una sola persona era demasiado peligroso.