—En las mazmorras tenue iluminadas —el aire retumbaba con gruñidos de dolor que emanaban de los labios del príncipe fae oscuro. Un látigo caía despiadadamente sobre su espalda, abriendo su piel y haciendo brotar corrientes de sangre. Este no era un látigo ordinario; emitía un resplandor siniestro de calor, quemando a Aldric con cada golpe castigador. Su chaqueta antes elegante yacía descartada, dejándolo en una túnica deshilachada y rasgada que daba testimonio de la brutalidad que le habían infligido. Los guardias, actuando bajo una cruel directiva de nada menos que la furiosa Reina Fae, se entregaban a la tortura implacable de Aldric.