—¿Qué diablos? —murmuró Islinda cuando se despertó en la completa oscuridad. Rápidamente se levantó, buscando desesperadamente a su alrededor, el corazón le latía fuerte en el pecho. Esto no le gustaba. Ni un poco. ¿Qué estaba sucediendo? No había luz, ninguna indicación de dónde estaba. Lo último que recordaba era haberse acostado. ¿Había pasado algo? ¿La habían capturado? ¿La había traicionado André?
El pensamiento le envió un escalofrío por la espalda, pero lo apartó de su mente, concentrándose en cómo escapar. De pronto, la luz inundó el espacio, como si señalara el amanecer. Fue entonces cuando Islinda se dio cuenta de que estaba en una especie de cripta adornada con tapices peculiares, escritos y dibujos en las paredes.