—Creo que ambos hemos estado en desacuerdo últimamente —dijo Aldric a Isaac, quien estaba sentado en su oficina.
—Creo que sí —concordó Isaac.
—Te dije que no perdono la traición —Aldric le recordó con severidad.
Se levantó de su silla y comenzó a rodear a Isaac como un depredador que se acerca a su presa. Los pelos del cuerpo de Isaac se erizaron por ese gesto ominoso; sin embargo, se quedó quieto y se resignó al destino. Pase lo que pasase, aceptaría de buen grado las consecuencias de sus acciones.
—Lo sé —respondió Isaac.
Aldric se detuvo y lo miró a los ojos. Dijo:
—Y sin embargo, me traicionaste. Colaboraste con mi hermano y casi arruinas la vida de Islinda.
Una sensación de culpa cruzó el rostro de Isaac al recordar ese incidente. Sin embargo, se compuso y, sentándose erguido como un palo, dijo:
—No tenía exactamente una opción, y créeme cuando digo que no me he perdonado por eso.