Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, un momento Islinda se despedía de Gabi y al siguiente su dinero había desaparecido. Aunque tenía que aplaudir al ladrón, era rápido e Islinda no se habría dado cuenta si no fuera porque una vez vivió en los barrios bajos y estaba acostumbrada a estas pequeñeces, no era de extrañar que rápidamente se percatara con una sensación de hundimiento de que le habían robado la bolsa. ¡Mierda! ¡Debía haberla escondido en sus pechugas!
Sin dudarlo, Islinda actuó por instinto, empujando al Príncipe Wayne a los brazos sorprendidos de Gabi y saliendo disparada tras el ladrón fugitivo. —¡Eh! ¡Vuelve aquí! —gritó Islinda—. Cuando el chico se dio cuenta de que lo habían atrapado, aceleró su paso.
—¡Oh, maldito pequeñuelo! —Islinda maldijo entre dientes—. La ira y la adrenalina le recorrían las venas, impulsándola hacia adelante con una velocidad sobrenatural que igualaba la agilidad del chico.