Su oscuridad terminó y comenzó la de Aldric

Islinda sabía que tenía que afirmarse, mostrarle a Aldric que no sería intimidada por su presencia. La intensidad de su mirada se clavaba en él, desafiándolo a responder, exigiendo que Aldric la tomara en serio a pesar de la vulnerabilidad de su situación.

—¿A qué te refieres con eso, no me extrañaste? —preguntó Aldric, su tono no afectado por la ira de Islinda, su expresión indescifrable.

—¿Qué? —Islinda lo miró fijamente, desconcertada por su audacia. ¿Estaba bromeando ahora mismo? ¿Cómo podía escapar de su prisión y luego tener el descaro de decir que la extrañaba después de lo que había hecho? Luego, en un momento de claridad, Islinda se dio cuenta de su error: había olvidado que estaba tratando con un psicópata, alguien capaz de una lógica y manipulación tan retorcidas.

Para enfrentar a Aldric eficazmente, Islinda tendría que igualar su astucia y crueldad. Con precisión calculada, mantuvo su dulce fachada mientras respondía a su pregunta.