—Así que tú eres el que interrumpió mi beso? —intervino Aldric, su voz baja y amenazante, sus ojos fijos en el capitán con una intensidad fría que envió escalofríos por la espina dorsal del fae. Se habían atrevido a interrumpir un raro momento de paz e intimidad con su compañera, Islinda, cuando ella lo estaba maldiciendo o luchando contra él por haberla secuestrado. La furia de Aldric hervía bajo la superficie, no iba a perdonarles.
—¿Q-qué? —el capitán tropezó con sus palabras, sorprendido por la acusación de Aldric. Rápidamente se compuso, ajustando su uniforme con falsa bravuconería como muestra de autoridad.
Enderezándose, habló, intentando recuperar el control de la situación. —Entiendo que el humano está bajo tu dominio, Príncipe Aldric, pero se necesita en el palacio para responder por sus crímenes. Te aconsejo que no interfieras