El perro comiendo sobras de la mesa

Islinda estaba congelada en el sitio, las lágrimas le corrían por las mejillas sin control. Lo había sentido. Cada tormento, dolor, angustia y depresión por los que Azula había pasado. Lo vivió como si fuera su propio sufrimiento. Como si Azula hubiese desaparecido y ella hubiese ocupado su lugar durante esa prueba por todo el tiempo que duró.

Incluso ahora, podía discernir los pensamientos que zumbaban en la cabeza del demonio. Islinda gimió, agarrándose la cabeza. Esto... Era demasiado. No había pedido esto. ¿Por qué le estaba sucediendo a ella? Había tantos humanos, Fae, con los que Azula podría haber compartido este destino, ¿por qué ella?