—Por supuesto, los Fae no pueden ser brujas. No puedes ser ambos. Va en contra de la naturaleza misma de tu especie. Solo resulta que yo no soy de tu especie —Elena sonrió siniestramente.
—¿De qué estás hablando? —La mente de André daba vueltas, pensando en todas las pistas que podría haber pasado por alto sobre la identidad de Elena. Cuando nada tenía sentido para él, cerró los ojos y estabilizó su respiración.
Los abrió y preguntó con calma, —Si no eres Elena, ¿entonces quién eres? Los posesiones eran comunes con los humanos, no con los Fae. Era casi imposible.
Elena señaló con la mano su pecho. —¿En serio no me recuerdas?
—Conozco a Elena, no a quienquiera que reclames ser —respondió él.
Ella le dijo, —Sabes, estuviste allí esa noche.
—¿Qué noche? —André estaba confundido. —He visto muchas noches desde el día en que nací. Quizás deberías especificar cuál?
Elena lo miró y se rió. —Tal vez no la mataste, pero eres tan culpable como el resto de tus hermanos.