—No… —la voz de Islinda era apenas un susurro audible, su aliento formaba una neblina en el aire gélido. La imagen de Maxi, luciendo tan inerte, la llenó de un temor helado que ni siquiera el aire glacial podía igualar.
El pánico surgió en Islinda. —¡Maxi! —gritó, su voz quebrándose por el miedo y la desesperación. Intentó moverse más cerca, pero las ataduras del árbol Boku la mantenían inmóvil.
—Oh, esa... —dijo Elena sin remordimiento, finalmente notando la figura desplomada en la silla, atada e inmóvil.
—¿Qué le has hecho?! —gruñó Islinda agresivamente, la ira surgiendo dentro de ella. ¡Cuánto odiaba a Elena!
Elena explicó con indiferencia:
—No pretendía hacerle nada, sin embargo, es bastante terca y no quiso retroceder. Siguió a través del portal y no me dejó otra opción.
—¿Así que tú... t-tú la mataste? —la voz de Islinda estaba teñida de dolor, incapaz de siquiera imaginar la posibilidad de que Maxi estuviera muerta.