Ya era de noche cuando Rain y Alejandro llegaron al País Lamey. Siguiendo las instrucciones de su suegro, se dirigieron directamente al hospital.
—¿Qué crees que está pasando? —preguntó Rain mientras caminaban por los tranquilos corredores hacia la habitación privada de la señora Summer Cartier.
Alejandro se encogió de hombros. —Lo sabremos pronto. Ya estamos aquí.
Al entrar, el corazón de Rain se apretó al ver la escena frente a ella. La señora Summer yacía inmóvil en la cama, con tubos y monitores conectados a su frágil cuerpo. El pitido rítmico de las máquinas llenaba el pesado silencio.
Rain mordió su mejilla interna, tratando de suprimir la ola de emociones que la embargaban. Siempre había conocido a la señora Summer como una mujer vivaz y cálida, cuya sonrisa podría iluminar incluso los días más oscuros. Verla así, tan débil e irresponsive, parecía una cruel vuelta del destino.