Ella levantó la mirada y él la levantó del asiento del carruaje y la colocó a través de sus piernas. Mauve lanzó un pequeño grito ante el movimiento inesperado.
—Ya deberías estar acostumbrada a esto —dijo él con una sonrisa burlona.
—Nadie se acostumbra a ser lanzado de un lado a otro —dijo ella y lo miró fijamente—. No puedo sentarme sola.
Ella intentó alejarse de sus piernas pero el carruaje se movió de nuevo, atrapándola en su agarre. Juraría que escuchó una suave risa de él.
Por lo menos uno de ellos estaba divertido, Mauve no, ella estaba exasperada. Mauve no quería pasar el viaje así.
Ya era bastante malo que estuvieran en un espacio tan cerrado, todo lo que podía ver y sentir era a él. Tener que sentarse en sus piernas era un poco demasiado.
Ella no se daba por vencida fácilmente y lo intentó de nuevo, solo para escucharlo susurrar directamente en su oído. —Quédate —su voz ronca le llegó al alma.