—¿Qué estaba haciendo? —se preguntó Mauve a sí misma mientras se paraba al lado de Luis, quien le lanzaba una mirada confusa.
—Me escuchaste —se escuchó decir. Mauve casi se abofeteó—. ¿Por qué le estaba provocando?
—Sí, y me pregunto si has estado prestando atención a lo que está sucediendo —le dijo a Luis.
—He estado atenta. Tú mismo lo dijiste. Es tu culpa. ¿No significa eso que deberías esforzarte más y no rendirte? Jael tiene todos los motivos para estar enojado. Estuviste fuera durante tanto tiempo.
—Pensé que estabas de mi lado.
—Lo estoy, por eso estoy aquí ahora. No quiero que te vayas. No conozco a muchos de la familia de Jael excepto a la Dama Marcelina.
—¿La conociste? —preguntó Luis, sorprendido.
—Sí.
—¿Qué opinas de ella? —preguntó.
—Me pareció agradable.
—Agradable —se rió.
—¿No lo es?
—Bueno, depende de cómo lo veas. ¿Qué dijo ella de ti?
—No mucho, nada malo.