Mauve se recostó sobre el pecho de Jael, exhausta. Le dolía la espalda, pero era más molestia que dolor. Sabía que era flexible, pero no tanto.
Para empeorar las cosas, Jael no había quedado satisfecho y lo habían hecho una vez más. Sus extremidades se sentían como si no le pertenecieran. Sabía que tendría problemas para despertarse al atardecer.
Bostezó, agotada. Podía decir que si se quedaba acostada en su cómodo pecho sin decir una palabra, se quedaría dormida en segundos.
—Ve a dormir —la voz de Jael llegó a sus oídos—. Estoy seguro de que estás cansada.
Mauve entrecerró los ojos, él no tenía que sonar tan satisfecho. —No estoy tan cansada.
Eso era mentira pero demostrarle que él estaba equivocado no era la única razón por la que tenía que mantenerse despierta. Esta probablemente sería la única vez que podría sacar el tema antes del atardecer y para entonces sería demasiado tarde.
—¿En serio? No parece así para mí —él sonrió burlonamente hacia ella.