—Mauve entrecerró los ojos hacia Jael, él parecía totalmente despreocupado, y tal vez ella también debería estarlo.
—Tienes razón —le sonrió.
—Siempre tengo la razón —sonrió él, mostrando sus dientes impecables y una sonrisa que la hizo contener la respiración.
—No, no la tienes.
—Está bien —dijo él—, pero no antes de rodar los ojos.
Ella se estiró en sus brazos, gimiendo ruidosamente.
—¿Quieres que te masajee los hombros? —preguntó él.
—¿No estás siendo muy amable? —Ella sonrió.
—¿Qué quieres decir con eso? Siempre soy muy amable contigo —susurró él.
Ella entrecerró los ojos hacia él. —Bueno, tienes razón.
—Te lo dije, siempre tengo la razón.
—No, no la tienes —dijo ella obstinadamente.
—Si tú lo dices…
Mauve observó cómo las palabras de Jael se ahogaban mientras en su cara aparecía un ceño fruncido enorme. —¿Ahora qué quiere él?
Tan pronto como las palabras salieron de su boca, un golpe resonó y sin esperar una respuesta, Luis entró.