—He echado de menos el sabor de tu sangre —respondió mientras seguía lamiendo, sin dejar que ni una gota de sangre se desperdiciara.
Sus colmillos se habían encogido pero Bel todavía podía sentir lo rígido que estaba con sus piernas alrededor de su cintura, y por un momento, jugueteó con la idea de que no era el único cuya sed estaba siendo saciada. Pero rápidamente se desplomó cuando Jael se apartó y desenredó sus piernas de su cintura.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, mirando más de lo necesario su rostro. Ella sabía que él se aseguraba de no haber exagerado, pero ella no era tan débil como para que un simple sorbo tuviera ese efecto.
—Estoy bien, y estoy realmente feliz de que me dijeras que querías alimentarte.
—¿Lo estás? —preguntó él.
—Sí, no actúes como si no lo supieras.
—Seguramente, debe ser una molestia que necesite alimentarme constantemente de ti. Debería molestarte.