—Lo ahuyentaste —dijo Jael y se sentó erguido. Le costaba todo lo que tenía, ya que aún estaba sangrando profusamente por donde el Paler lo había mordido en la pierna y el brazo. Tenía marcas de garras en el pecho. Su ropa estaba rasgada y los cortes sangraban, pero no tan gravemente como la herida en el brazo y la pierna. Se veía más pálido que nunca.
Tosió y escupió sangre; incluso respirar era un dolor. Se agarró el costado; el dolor que emanaba de allí era aún más insoportable. Solo quería tumbarse y dormir, pero sabía que no podía hacerlo. Con la forma en que estaba sangrando, tendría suerte si lograba llegar al castillo a tiempo.
—No, no lo ahuyenté —dijo Luis mientras se detenía frente a Jael y miraba hacia el cielo—. Amanecer —susurró.
Jael gimió y se puso de pie.
—Deberíamos regresar.
—Te ves hecho un desastre —comentó Luis—. No vas a llegar en ese estado.