Los ojos de Mauve se entreabrieron. Su habitación estaba oscura; la luz de la vela debía haberse apagado en algún momento. Algo la había despertado, estaba segura de ello. Parpadeó, esperando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad aunque sabía que eso era prácticamente imposible.
—Estás despierta —susurró él.
—¡Jael! —exclamó ella y trató de incorporarse.
—No te muevas —dijo él, y ella sintió su mano en su brazo para detenerla.
—¿Cómo te sientes? —preguntó ella mientras se recostaba nuevamente.
—Debería preguntarte eso a ti —dijo él.
Ella podía notar que él la estaba mirando, pero era frustrante no poder ver su rostro. Lo único que podía decir era que él estaba sentado no muy lejos de ella, y si se estiraba, podría tocarlo. Mauve extendió su mano hasta que tocó su espalda, luego se levantó de la cama y se apoyó en él.
—No deberías moverte —dijo él.