Esa noche, Elena se quedó dormida en un banco del parque.
Las preguntas que había hecho en el examen escrito permanecieron en su mente mucho después de haber dejado la cancha de baloncesto.
Todas eran tan simples que Elena no podía ver cómo alguien más podría tardar tanto en responderlas, y sin embargo, ella había sido la única en salir de la escuela por un rato.
No tenía idea de lo que pasaría.
Nunca podría haber imaginado que, cuando el sol saliera por el horizonte a las 6 am, recibiría una llamada muy, muy importante que casi ignoró.
—¿Eh? ¿Hola? —preguntó.
—Buenos días —una voz firme habló al otro lado—. ¿Elena Harris?
La exploradora se enderezó.
—¿S-Sí? —preguntó mientras se sacaba algunas ramas caídas del cabello—. ¿Quién...?
—Soy Neve. Neve Stephens —la sanadora aclaró—. Solo quería darte la noticia personalmente. Pasaste la primera prueba. —Dejó una pausa, permitiendo que las palabras calaran—. Felicitaciones.
Por un momento, Elena se preguntó si aún estaba dormida.