Arabella tuvo que recordarse a sí misma que ella era la mayor de allí.
Que no debía sucumbir a su enojo y al torbellino de emociones que estaba sintiendo en ese momento.
«¿Es este mi castigo por lo que hice en mi vida pasada?», pensó Arabella amargamente.
¿Así se sentía Fernando en aquel entonces?
Era algo terrible.
—¿Qué?! ¿Ella va a aceptar así nomás? —Fernando frunció el ceño.
Finalmente, levantó la vista y miró fijamente a Arabella.
Pero ella no le dedicó ni una sola mirada esta vez.
Si este era su castigo por sus pecados, debería simplemente aceptarlo, ¿verdad?
¿Qué más puede hacer si Fernando quería una concubina?
—Sabía que Su Majestad lo entendería —Carmella sonrió radiante.
Pero esa sonrisa en el rostro de Carmella hacía que la ira dentro de Arabella hirviera.
No le gustaba esa sonrisa venenosa ni un poco.
Carmella era incluso más peligrosa que Lucille.
¿Significa esto que Arabella tendría que ver esa sonrisa a diario en Riva?