Aurora miraba aterrorizada ese rostro retorcido. Nunca olvidaría esa noche: ese hombre repugnante la había inmovilizado, manoseándola mientras escupía palabras viles.
Gracias a Dios Everett apareció justo a tiempo para detenerlo. La salvó de ser violada por ese hombre y su pandilla.
Pero ahora la pesadilla estaba de vuelta.
—¡Abre la puerta! ¡Voy a hacer que pagues, maldita perra! ¡Por tu culpa, todos mis chicos están muertos o pudriéndose en la prisión! ¡Abre la condenada puerta! —el hombre pateó furiosamente la puerta del coche.
Aurora temblaba, y Everett la metió en sus brazos.
—No tengas miedo. Solo aguanta unos minutos más—Tobias y los demás están casi aquí —susurró.
Aurora estaba aterrorizada. Hundió su rostro en el pecho de Everett, demasiado asustada para mirar hacia arriba o girarse.
La presencia de ese hombre llenaba el aire—su voz, su hedor, todo. Everett era como una roca, completamente inmóvil. Sin importar cuánto gritaran o patearan el coche, él no se inmutaba.