Cuando la punta de los dedos de Carter rozó la mano de Dahlia, sintió una descarga. Una extraña sensación eléctrica recorrió sus entrañas como si fuera alcanzada por un rayo.
Los pelos de sus brazos se erizaron, haciendo que su piel se sintiera punzante, y en su corazón, se sintió ligera y alegre. El delicado olor de fresas dulces cubiertas de crema fresca llenó sus fosas nasales.
Era una sensación extraña de experimentar.
—¡ES ÉL! —Dahlia escuchó a una voz de mujer joven gritar desenfrenadamente en su cabeza—. Es nuestro compañero.
Los ojos de Dahlia se movieron nerviosos por la catedral buscando quién gritaba, pero no vio a nadie excepto a la congregación sentada en silencio, esperando que comenzara la ceremonia.
Dahlia cerró los ojos y sacudió la cabeza. —¿Me estaré volviendo loca? —suspiró, tratando de hacer que la voz dejara de divagar y desapareciera. Esta era la segunda vez que experimentaba este extraño fenómeno.