Los niños, que hacía momentos habían observado la escena desplegarse con asombro y ojos bien abiertos, ahora lloraban sin control, sus inocentes corazones aferrados por el terror repentino que envolvía su mundo.
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Bueno, la inocencia siempre era una cuestión de perspectiva.
Claro, eran jóvenes, pero eso no significaba que fueran incapaces de comprender o participar en el caos que les rodeaba. Los niños tenían una capacidad notable para absorber y emular el comportamiento de sus mayores, para bien o para mal.
Podían crecer para emular las virtudes de sus padres o heredar sus defectos. Sin embargo, siempre había un atisbo de esperanza, una oportunidad para que surgiera un espíritu rebelde: un niño que rechazaba las injusticias y toxicidades que presenciaba, forjando su propio camino hacia un futuro mejor.