Las chicas regresaban a casa en el carruaje mágico de Javir, mientras su maestra los esperaba para que salieran.
—Ugh, ojalá al menos me dejaras verlos —dijo Javir con un mohín—. Dioses, me hubiera encantado ver la cara que pusieron cuando los caballeros los rodearon.
Finalmente, la adrenalina se desvanecía y en su estela un profundo sentimiento de agotamiento inundaba el cuerpo de Melisa. Hasta los huesos le dolían, pero junto con eso había un gran sentimiento de victoria.
A medida que se acercaban al caserón, Isabella estiró los brazos por encima de la cabeza.
—Ya sabes, realmente deberíamos haber parado en un bar o algo así. O, mejor aún, en un club~
Melisa soltó una carcajada negando con la cabeza.
—¿Estás bromeando? No estoy ni segura de tener energía para levantar un vaso ahora mismo y menos bailar. Prefiero mucho más relajarme en casa. Además, las cosas buenas están aquí.
Armia asintió en acuerdo, una sonrisa cansada en sus labios.