Lealtad, Parte Ocho

—¡Santo cielo! —exclamó Melisa observando su reflejo—. Lucía... Lucía...

—Oh, te pareces a Margarita —señaló Melistair.

Tenía razón. Isabella había teñido el cabello de Melisa de un tono oscuro de gris, e incluso había coloreado sus cuernos. Aparte de todos los cuidados de piel que acababa de recibir, eso era suficiente para hacer que Melisa luciera justo como su madre.

[Bueno, excepto por una diferencia obvia.]

Echó un vistazo a su pecho, luego de nuevo al espejo.

[Aun así... Caray. Con la velocidad a la que crecen mis pechos, hay una posibilidad real de que termine pareciéndome a la hermana de mamá o algo así.]

—Deja de hacer pucheros a tus pechos y dime qué piensas —Isabella sonrió, dando los toques finales al cabello de Melisa.

—Es... perfecto, en realidad —Melisa giró su cabeza, examinando el trabajo desde diferentes ángulos—. Me parezco justo a ella. Ya sabes, menos lo de-

—Las tetas absolutamente enormes, sí.

—¡Isabella!