Lealtad, Parte Treinta y Tres

{Armia}

—Tienes suerte —dijo el comandante, observando como Armia revisaba su equipo por tercera vez.

Su voz tenía ese tono particular al que ella ya se había acostumbrado. El que decía 'Estoy haciendo un gran esfuerzo por no quedarme mirando a la enorme mujer dariana'.

—¿Suerte? —Armia levantó una ceja, ajustándose la coraza. La armadura estándar apenas contenía su pecho, y menos aún sus músculos.

—Las peleas por aquí —hizo un gesto vago hacia la frontera—. Simplemente suceden. Sin aviso, sin preparación. De repente tienes una espada viniendo hacia tu cara y más te vale que tus reflejos sean más rápidos que tus pensamientos.

«Maravilloso», pensó Armia. «Qué considerados de parte de ellos al dejarme saber que estoy a punto de morir potencialmente».

Había pasado la mañana escribiendo cartas.