—¿Sabes Eva, las hojas del árbol de Glicina pueden susurrar en los oídos de la diosa? Si alguna vez te sientes sola y dudosa, susúrrales las palabras. Vendrán para ayudarte. —Eva se habría reído de la absurdidad de las palabras pero por alguna razón, sintió que su corazón se apretaba como si alguien lo estuviera sosteniendo firmemente y desgarrándolo.
Su respiración se volvió irregular. Era como si no hubiera escuchado esas palabras por primera vez en su vida. Pero, ¿dónde? Si había escuchado las palabras antes, ¿por qué no las recordaba?
—Eva... —parpadeó cuando sintió las manos de Damien en su hombro. Miró a su alrededor y no encontró a nadie, pero estaba segura de que había una mujer allí. Mirándola, sonriéndole, su rostro se desvanecía pero la sonrisa en su rostro era tan distinta que le dejó la piel de gallina.