Avergonzado en Público

—¡Elena! —advirtió— no difundas mentiras en público solo por tus celos. Sus ojos llenos de malicia y frialdad, sin rastro de calidez. Quería matarla y enterrarla ahí mismo. ¿Cómo podía ser tan tonta?

Una risa hueca también escapó de sus labios. —¡Mentiras! La palabra se sintió como una bofetada en su rostro. Antes le había dicho que estaba protegiendo su imagen. ¿Qué sabría el mundo que era una rompehogares? ¿Y si supieran que había robado el esposo de su propia hermana?

Lo había respetado, adorado por su cuidado, pero ahora que sus ojos estaban abiertos, podía ver que todo era por sus deseos egoístas.

Él solo se estaba protegiendo a sí mismo, no a ella. Y ella nunca permitiría que eso ocurriera. Jamás aceptaría que él coqueteara con otras mujeres mientras ella lo esperaba como una esposa obediente. Ella no era Evangelina.

La furia quemaba su pecho pero le dio un valor que nunca había pensado que tenía.