Harold sonrió cuando vio a Eve tumbada en el suelo. Su sonrisa no podía ser más amplia. Había intentado tanto conseguirla. Pero como una babosa, se le escurría de las manos todo este tiempo.
Ahora que la había atrapado, nunca la dejaría ir. Se agachó en el suelo para encontrarse con sus ojos.
—¡Oh Evangelina! Deberías haber regresado cuando te di la oportunidad. Pero fuiste tan terca. Mira ahora lo que te ha costado tu terquedad —sonrió con alegría, pero su rostro era frío y oscuro. Pasó una mano por su cabello sedoso. Era justo como lo recordaba. Suave y sedoso. Su piel había mejorado. Brillaba como una rosa intacta. Pero... estaba tocada.
No solo había abierto sus piernas para Damien. También había estado con su majestad. O no podía creer que la hubiese apoyado tanto. Ese pensamiento hizo arder su pecho, y su suave toque se volvió extremadamente frío. Le tiró del cabello con fuerza y Eve se quejó.