Protégela

—Sí —Eva dudó por un segundo antes de asentir—. ¿Cuánto tiempo llevas siendo voluntaria aquí?

—Han pasado una década y media, mi señora. He estado trabajando aquí desde que tenía cuatro años —la mujer sonrió dulcemente a Eva—. Eres la segunda santa que he conocido. La primera fue la bendición de la diosa.

—¿Esa diosa de la que hablas? —Evangelina miró la pequeña estatua. Todavía no podía deshacerse de la sensación de ser observada—. ¿Conociste a la primera santa que la servía? ¿Cuáles eran sus deberes o cómo la trataban en la iglesia? Aún no estoy segura de lo que se supone que debo hacer y no quiero decepcionar a su eminencia —aunque lo dijo con ojos llorosos, Eva solo quería saber cómo el sacerdote había tratado a la santa para así poder prepararse.