—¿Qué hay de tu parte de la promesa, su eminencia? —sus ojos se estrecharon, un indicio de hostilidad en su voz—. No escuché nada de su majestad. De hecho, sentí que no tienes una buena relación con él —señaló, obteniendo una risita de él.
—Ciertamente, no la tengo —aceptó con una sonrisa maliciosa—, pero controlo el imperio más de lo que él podría.
—Nunca he oído hablar de eso —ella refutó, solo para recibir una mirada de él.
—Porque has sido criada como una chica ingenua, Evangelina. Tu padre cerró los ojos y tu madrastra te mantuvo en la oscuridad. No te dejó salir de la casa libremente en nombre de la disciplina y no te diste cuenta de cuándo te convertiste en su peón.
Eva apretó su vestido con fuerza. No tenía nada que refutar. Pero las palabras se sintieron como agua helada derramada sobre su piel.