Día cinco.
Ying sentía como si sus órganos estuvieran quemados por dentro. Cada centímetro de su cuerpo gritaba en protesta, especialmente sus piernas y las plantas de sus pies, que estaban raspadas y sangraban.
No tenía idea de si era solo su imaginación o no, pero el sol parecía intensificarse cada día, y no se sentía diferente a estar friéndose en una sartén. Ya no podía saciar su sed con su saliva, ya que su lengua se sentía tan seca e hinchada. Su cabeza latía con dolor, y parecía que sus globos oculares iban a salirse de sus órbitas. Sus rodillas temblaban con cada paso que daba, amenazando con ceder en cualquier momento.
A pesar del tormento, seguía murmurando en voz baja: «Un poco más… solo un poco más…». No se sabía si lo decía para animarse a sí misma, o para tranquilizar a la persona en su espalda.