Ying pensaba que había probado la cruel magnitud del Ciclo, pero resultó que estaba completamente equivocada. Al regresar al mundo real, aprendió que la muerte en el Ciclo equivalía a la muerte en la vida real, con un máximo de una hora de margen. Aprendió lo que se sentía al estar de luto dos veces, pasar por el mismo tormento excruciante de nuevo, ver la vida de su hermano desvanecerse justo frente a ella sin poder hacer nada. Corrió a casa con todas sus fuerzas, ignorando las miradas extrañas y las llamadas alarmadas de los transeúntes y vecinos. Ignoró el dolor y las debilidades en todo su cuerpo mientras subía las escaleras a toda prisa, casi tropezando, abrió la puerta de la habitación de su hermano de un golpe y… Ahí estaba él, sentado en su cama como siempre. Aún vivo y respirando. Pero Ying sabía mejor que creer en su supervivencia, porque podía verlo tan claro como la luz del día: el manto de oscuridad sobre su tez, la espantosa palidez casi azulada de su rostro…