Deja que mi arrogancia gane

Roger salió de la ducha, una toalla colgada alrededor de sus hombros mientras pasaba otro extremo por su cabello húmedo. Justo cuando iba a coger su teléfono en la mesilla de noche, este vibró, la pantalla se iluminó con un número desconocido.

Frunciendo el ceño, lo cogió y contestó, llevando el teléfono a su oído. —¿Hola?

—Lucio me dio tu número. Soy Varya.

Roger se quedó paralizado, sorprendido. Por un breve momento, su mente se quedó completamente en blanco.

—¿Hola? —volvió a sonar la voz de Varya, un dejo de diversión en su tono—. ¿Puedes oírme, Roger?

—Ah, sí —finalmente respondió Roger, sacudiéndose la sorpresa momentánea—. Varya, te oigo. ¿Ya estás en Italia?

—Sí, ya estoy —confirmó ella—. Ya me he registrado en el hotel.

Hubo una breve pausa antes de que añadiera, —¿Podemos encontrarnos esta tarde?