Roderick golpeó la frente de Ivy, haciendo que ella se estremeciera ligeramente de dolor. Antes de que pudiera responder, él agarró su muñeca y la arrastró hacia el dormitorio, ignorando su constante quejido sobre tan solo un beso.
—Eres imposible —murmuró ella frunciendo el ceño.
Roderick permaneció impasible mientras la hacía acostarse y cubría sobre ella el edredón. —Duerme —ordenó firmemente antes de erguirse y salir de la habitación sin decir otra palabra.
Cerró la puerta tras de sí y se dirigió a la sala de estar, colocando las botellas sobre la mesa. Con un suspiro cansado, finalmente se dirigió a su propio cuarto, listo para descansar como necesitaba.
Al deslizarse bajo el edredón, una pequeña risa escapó de sus labios. —Ella me va a evitar por días —murmuró para sí mismo.
Pero justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, suaves golpes resonaron en su puerta.
—Rick, déjame dormir contigo. Por favor —la voz de Ivy llegó desde el otro lado.