Roger aplicó los frenos, deteniendo el coche suavemente fuera del cementerio. Sin intercambiar palabra alguna, él y Varya salieron mientras se dirigían hacia el interior.
En sus manos, Varya llevaba un ramo de lirios blancos, las flores que más le gustaban a Matteo.
Mientras caminaban a través de la húmeda y herbosa tierra, un viento frío soplaba por el cementerio, haciendo susurrar las hojas.
Finalmente, Roger se detuvo. Su mirada cayó sobre la lápida frente a él: el nombre de Matteo grabado en la piedra. Su garganta se apretó, pero no dijo nada, simplemente mirando fijamente la tumba.
Varya echó un vistazo y sus ojos se llenaron de años. Colocó las flores sobre la lápida y se quedó de rodillas un rato mientras ofrecía una oración en silencio.