Los pasos de Vetta vacilaron. Descendió el silencio.
Luego, se giró y lo enfrentó.
El veneno en su rostro SÍ lo hizo estremecerse esta vez.
—Eres un monstruo despreciable y traicionero —siseó—. ¿Siempre se trata de amenazas, verdad? Siempre amenazas. Chantaje. Siempre.
Él se encogió de hombros, imperturbable.
—Funciona mejor que cualquier otra cosa. Sobre todo porque sabes que soy un hombre de palabra.
—Mientras que las palabras de otros hombres son oro, tu palabra es aluminio —cruzó los brazos—. Aún así saldré por esta puerta, y déjame decirte lo que pasará. Iré al Rey y le contaré todo. La rata que piensa que está muerta no lo está. En cambio, está en una cueva sucia anhelando poder.