Ella forzó a abrir sus párpados, mientras agarraba el bolígrafo y papel más cercanos que pudo encontrar, para anotar todo lo que pudiera recordar, asustada de que si no lo hacía, entonces se quedaría dormida y perdería ese recuerdo también.
El bolígrafo no funcionaba.
¡Argh, este bolígrafo nunca funcionaba!
La frustración amenazaba con estallar dentro de ella, mientras levantaba su mano para lanzar el bolígrafo al otro lado de la habitación, pero se detuvo en el aire.
Este bolígrafo era un regalo de la Plaza del Mercado. Había habido un alboroto esa noche —una familia había intentado matarla— y un niño se lo había dado.
Ella inhaló profundamente, obligándose a mantener los ojos abiertos, mientras desmontaba el bolígrafo.
Nunca funcionaba porque esa no era su función, y tenía razón.
Había un trozo de papel envuelto en él.