Belladonna sudaba profusamente, con los ojos bien cerrados mientras se encogía y desencogía en la cama.
No estaba dormida, tampoco estaba despierta.
Alguien le susurraba palabras reconfortantes, pero apenas podía oírlas. Las imágenes que atravesaban su mente la hacían luchar con la cordura. Apretaba los puños, clavando las uñas en su palma para aferrarse al dolor físico y concentrarse en él en lugar de en este tormento mental.
Su respiración era trabajosa, podía ver de nuevo a la mujer en su mente, su cabello plateado y su vestido blanco desbordante. Las voces en su cabeza se volvían demasiado altas, voces que gritaban por la libertad que ella nunca había intentado robarles en primera instancia.
Una mano cálida presionó suavemente sobre su cabeza y la tranquilidad la inundó. Las voces poco a poco se calmaron y el calor en sus venas se enfrió.