Belladonna había notado primero la luz roja resplandeciente. Se filtraba por cada espacio dentro del carruaje, y ella se había alejado lentamente, arrugando el ceño en confusión hasta que al segundo siguiente la sensación de sobresalto la había golpeado y el carruaje se desvió de su curso.
El relinchar de los caballos llenó el aire, y el caos reinó como si estuviera destinado a estar allí.
—¿Qué está pasando? —gritó al cochero mientras la velocidad inusual la lanzaba de un lado a otro del carruaje sin cuidado, haciendo que golpeara su cuerpo contra las paredes de madera, el suelo y el asiento del carruaje, mientras protegía su cabeza con los brazos para resguardarla del impacto dañino.
—¿Qué estás haciendo? —apartó la cortina de un tirón y sacó su cabeza por la ventana. El cochero le daba la espalda y todo lo que podía ver era su túnica negra, que se ajustaba contra su ancha espalda.
Extraño para un cochero.